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NUESTRA CIUDAD

DATOS DE LA CIUDAD

 

Fecha de fundación: 1546 (ciudad)

Patrono: Divino Salvador del Mundo

Fiestas Patronales: Del 1 al 6 de agosto

Población:  316,090 habitantes

Extensión: 72.25 Km2.

Elevación: 658 msnm


UBICACIÓN

Limita al norte con los municipios de Nejapa, Cuscatancingo y Ciudad Delgado, al este con Soyapango y San Marcos; al sur con Panchimalco y San Marcos y al oeste con Antiguo Cuscatlán y Santa Tecla.

 

El 27 de septiembre de 1984, fecha de conmemoración del 438 aniversario de otorgamiento del título de ciudad, el Concejo Municipal de San Salvador, presidido en ese entonces por el Alcalde José Alejandro Duarte, presentó una reseña histórica, que redactara el reconocido profesor e historiador salvadoreño Don Jorge Lardé y Larín, titulada “Siete Estancias de la Ciudad de San Salvador”, que relata y recoge datos del desarrollo histórico de la ciudad desde su fundación.


CONMEMORACIÓN CÍVICA

Al celebrar 438 años de la titulación de San Salvador como ciudad el Concejo de la metrópoli de los salvadoreños, de 1984 acordaron denominar la antigua autopista Sur con el hermoso y sugestivo nombre de “Autopista Los Próceres” y descubrir, a partir de esa fecha, una serie de bustos y estatuas representativa no sólo de los optimates de la independencia sino también de otros forjadores de la nacionalidad salvadoreña, de aquellos varones ejemplares que desde la gesta heroica del Benemérito Padre de la Patria doctor José Matías Delgado el 5 de noviembre de 1811.
 

LA CONQUISTA

En junio y julio de 1524 un puñado de soldados de ultramar al mando de Don Pedro de Alvarado penetró en el corazón de la Ciudad de Cuscatlán, en cuyo centro ceremonial aquellos aventureros españoles hincaron enhiesto el Pendón de Castilla y la Santa Cruz. La alegría de haber llegado a la metrópoli pipil, que al decir de un antiguo cronista “fue célebre por sus riquezas y el poderío de sus príncipes”, duró apenas el fulgor de una aurora.
Ante los desmanes y tropelías de los invasores extranjeros los Cuzcatlecos se alzaron en armas y se replegaron a las montañas vecinas y capitaneados por el tecu de la localidad: el cacique Atlacatl, guerrero tenaz y osado, valiente e invencible, iniciaron una guerra cruenta en defensa de sus hogares y de la soberanía del pueblo.
¡Sólo diecisiete días logro permanecer aquí el soberbio Tonatiuh! Mal herido y en trance de muerte, con once caballos menos, con muchos lisiados y sensibles bajas de españoles e indios auxiliares o amigos, sin apoyo logístico y afrontando otras circunstancias adversas el conquistador ibero tuvo que reconcentrarse en Tecpan-Guatemala o Iximchée y dejar para una futura oportunidad la conquista de los pueblos pipiles de El Salvador Precolombino, la conquista de un pueblo noble y generoso, “que supo ser el primero en la guerra pero también el primero en la paz.

EL ACTO FUNDACIONAL

En 1525 llegaron a estas proximidades allí, donde hoy está Antiguo Cuscatlán, a orillas de un maare o cráter de explosión llamado “Puerta de La Laguna” el capitán don Gonzalo de Alvarado y un pequeño contingente de soldados que no sobrepujaba las cincuenta unidades.
Traía la orden, de su hermano Don Pedro, de fundar en estas latitudes una colonia de españoles con el título de villa y el nombre de San Salvador.
Diego de Holguín era uno de los alcaldes ordinarios del nuevo burgo. La villa-campamento se estableció en el casco de Cuscatlán alrededor del 1º de abril de 1525, pero más sobre los lomos de las cabalgaduras que sobre el inestable suelo de estas comarcas.
No sabemos, en verdad, quien fue el capellán de la columna fundadora; pero sí inferimos que la iglesia de la nueva colonia fue puesta bajo la advocación o adoración del Santísimo Salvador del Mundo, cuya festividad litúrgica en memoria del milagro bíblico de la transfiguración del señor en el Monte Tabor celebra la iglesia católica el 6 de agosto de cada año.
Pocos meses después, ante la imposibilidad de resistir con éxito la formidable insurrección indígena de recibir adecuados refuerzos, la villa se despobló y sus moradores se trasladaron a Guatemala.

REFUNDACIÓN DE LA VILLA

En 1528 el teniente de gobernador y de capitán general Don Jorge de Alvarado envió una segunda expedición fundadora hacia “la provincia de guerra”, que los españoles habían identificado como “la provincia de Cuscatlán”.
Al frente de ella figuraba su primo hermano el Capitán Diego de Alvarado y 72 soldados, quienes después de vagar por estas tierras y ante la imposibilidad de establecerse en la indómita Cuscatlán escogieron para asiento de la nueva urbe uno de los pajares menos aparentes: el valle de La Bermuda, a unos 8 Km. Al sur del fuerte núcleo indiano de Suchitoto.
Aquí se refundó la villa de San Salvador el 1º de abril de 1528 y asieron la vara edilicia los alcaldes ordinarios Antonio de Salazar y Juan de Aguilar; y ese mismo día, con los servicios eclesiásticos del cura Pedro Ximenez, todos juntos, unánimes y conformes dieron advocación a la iglesia y la dedicaron a la Santísima Trinidad, “pareciéndoles que con esto tenían inmediatamente a Dios por protector y amparo”. Quince días tardaron en trazar calles y avenidas, la plaza, locales para iglesia y convento, y en demarcar solares y adjudicarlos a los correfundadores de la villa.
El enclave cristiano de La Bermuda progresó en medio de los azares de la guerra y de otras vicisitudes. Los límpidos cielos de la estación seca y los tormentosos y amenazantes de la estación de las lluvias vieron alzarse, sobre sólidas bases de piedra y calicanto, las robustas columnas de añejos conacastes, las gruesas paredes de adobes con rafas de ladrillos y el campanario de la Iglesia de La Trinidad, así como las viviendas de bahareque de los colonos europeos, más los pajuides o rancherías de los indios auxiliares o amigos.
En las afueras de esta extraviada atalaya de la civilización occidental se perfilaba el pequeño campo-santo, que a poco recibiría los restos mortales de Pedro deLyaño y el artillero Diego de Usagre, los primeros vecinos del burgo sansalvadoreño que pagaron el tributo a la Madre Tierra en estos ignotos dominios de Su Majestad el emperador Carlos V de Alemania y I de España.

LA ALDEA

En 1639 los españoles, principalmente las fuerzas comandadas por los encomenderos mariscal Pedro Núñez de Guzmán y Antonio Bermúdez, lograron, ¡por fin! Terminar con la férrea resistencia presentada por el cacique Atlacatl en las montañas y colonias de la Cadena Costera.
Aquel héroe indígena, símbolo de la libertad y la soberanía de hombres y tribus, derrotado pero no vencido, por mucho tiempo permaneció perdido y solitario en la espesura de boscaje, como los felinos guardianes y los iridiscentes quetzales; pero ahora en día su espíritu aún sigue palpitando en los pechos de todos los hijos de El Salvador, como un canto de amor a la Patria.
Su estatua, vaciada en bronce por el hábil escultor Valentín Estrada, en lugar de estar arrinconada en un recodo capitalino, donde nadie la admira ni mortal alguno puede inspirarse en ella, debería ornar esta Autopista “Los Próceres”, porque Atlacatl es el símbolo de todos los próceres conocidos y anónimos que han impulsado el destino de nuestra nación.
Si algún día encuentra asilo en esta espléndida vía citadina, en el pedestal destinado a soportar la representación en bronce del caudillo de los cuzcatlecos, la patria debería inscribir la frase que espetó a los mensajeros de Pedro de Alvarado, cuando lo intimidaron a la rendición: “SI QUEREIS NUESTRAS ARMAS, VENID A LLEVARLAS A LAS MONTAÑAS”.
A raíz del inevitable fin de la resistencia indígena, los vecinos de la villa de San Salvador se fueron trasladando lenta, pacífica y progresivamente del valle de La Bermuda al Valle de Zalcuatitán, que bautizaron con el plástico nombre de “Valle de Las Hamacas”; y tales emigrantes se establecieron en las márgenes del río Acelhuate, en la hondonada comprendida entre las cuestas del Palo Verde y de La Vega, donde construyeron un próspero villorrio al que nombraron “La Aldea”.
“La Aldea” progresó rápidamente, mientras la villa se extinguía. En La Bermuda llovía con exceso, los rayos abundantes incendiaban las viviendas, el terreno era muy barroso, el paraje estaba al margen de las vías naturales de comunicación, y en la urbe ya sólo quedaban sus autoridades municipales y contados vecinos. En cambio, “La Aldea” estaba ubicada en tierras feraces aptas para la agricultura, cerca del mar y reunía otras condiciones indispensables a la formación de un gran centro de civilización europea.

LA MUDANZA

En 1545 las autoridades edilicias de la villa de San Salvador recibieron autorización de la Real Audiencia de los Confines, presidida por el Licenciado Alonso López de Cerrato, para mudar la colonia de La Bermuda al valle de Zalcuatitán o de las Hamacas.
Transportando los archivos de la comuna, las imágenes campanas y otros objetos del culto sagrado, bántulos y animales domésticos, los últimos colonos emprendieron la fatigosa marcha a lo largo de las diez lenguas que separan a los dos mencionados lugares.
Congregados todos los colonos en la explanada próxima y al norte de “La Aldea”, en el borde de un extenso valle, se procedió al trazo de la nueva urbe. La plaza mayor o pública, llamada también plaza de armas y mercado, se fijó en donde hoy está el parque Libertad.
La Iglesia Parroquial consagrada, ya no a la Santísima Trinidad como en La Bermuda sino al Santísimo Salvador del Mundo como en 1525, ocupó la manzana situada al Este de aquella plaza o sea donde hoy está la Iglesia del Rosario.
Las Casas Consistoriales, estafeta de correos y cárceles públicas se edificaron en la manzana situada al Sur, hoy plazoleta de aparcamiento. En el frente de las manzanas ubicadas al Norte y Oeste, destinadas al comercio, se construirán amplios portales con Arcadas Mudéjar.

LA CIUDAD

En 1546, mientras se edificaba afanosamente la tercera villa de San Salvador, los procuradores Alonso de Oliveros y Hernán Méndez de Sotomayor, en nombre y representación del Cabildo salvadoreño gestionaban en España, para dicha población, el título de ciudad.
Consecuencia de dichas gestiones fue que el 27 de septiembre de 1546 mientras el emperador Carlos V de Alemania y I de España se hacía fuerte en la plaza de Marheim, el Secretario de la Real Corona Juan de Samano presentaba en Guadalajara al infante don Felipe, el príncipe heredero, una Real Provisión expedida en nombre de su ausente y sacra cesárea majestad, documento por el cual se elevó a una lejanísima e insignificante villa de las Indias Occidentales a la jerarquía de ciudad de los reinos de España, “para que se ennoblezca y otros pobladores se animen a ir a vivir en ella”.